

Tras 460 días sin ponernos un dorsal para una competición “oficial” volvíamos a estar en una línea de salida. En esta ocasión viajábamos a Mafra, en Portugal, para el Running Challenge Linhas de Torres, una prueba atlética organizada entre otros por el Ejército Portugués, y con modalidades de 100k individual o por equipos, 42k a pie o a caballo y 10k.
Obviamente nos decantábamos por la distancia de maratón, para un exigente recorrido de trail con 1600 metros de D+, y otros 1300 metros de descenso. El trazado desde Mafra hasta Torres Vedras va a seguir las líneas de fuertes defensivos portugueses construidos para hacer frente a las invasiones napoleónicas del siglo XIX.
Con poco más de cien participantes, y la salida en un lateral del Palacio Nacional de Mafra, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad, no se puede pedir un regreso mejor a la competición. Además, la previsión meteorológica acompaña, con temperatura prevista de 18⁰C y nubes, en lugar de los 20 y muchos grados que habían estado en días anteriores.
En Portugal les encantan los trail, y carreras es de este tipo son siempre exigentes. En régimen semiautónomo solo hay 4 puntos de abastecimiento en el recorrido, lo que nos obliga a cargar con mochila para líquidos, aunque ya acostumbrado no supone gran inconveniente.
Al poco de salir coincido una vez más con un viejo conocido ya de mis tiempos en Reino Unido, Tiago Dionisio, ávido corredor de maratones y ultras, con más de 700 en su haber. Sin embargo, sabiendo lo que hay por delante, cada uno va a su ritmo.
El recorrido es en su mayor parte por zonas arboladas, en las que lo accidentado del terreno obliga a mirar donde se ponen los pies para evitar caídas. Con continuas subidas y bajadas, es un rompe piernas constante. Intento mantener la cadencia de carrera en los ascensos, aunque las bajadas pronunciadas con el freno echado también castigan a los cuádriceps.


El segundo avituallamiento es en el punto más alto del recorrido. En los 23.4 kilómetros, en lo alto de la Ermita de Nuestra Señora del Socorro, hay bifanas, sopa, plátanos, barritas y frutos secos disponibles. Hago una breve parada para tomar un poco de fruta y rellenar el depósito de agua, pues el siguiente punto de control está a 13 kilómetros de distancia.
Aunque los siguientes 2 o 3 kilómetros dan un respiro cuesta abajo, las subidas aún no han terminado. Con las piernas ya cansadas, tomo un respiro y subo las peores cuestas caminando. Por los tiempos de paso veo posible terminar por debajo de las 5 horas.
Llegado al último punto de control en los 36.3 kilómetros ando ya en 4h15m. Torres Vedras se atisba en la distancia. En un maratón “de carretera” faltando tan poco lo peor ya está hecho. Aquí aún hay queda bastante, y los nuevos senderos se suceden uno tras otro. Es una sección que parece no tener fin.
Cruzo la meta con 5.27.22 para uno de los maratones más duros con los que me he encontrado, solo por detrás del Trionium Picnic en Reino Unido. Mi segundo peor tiempo de siempre en la distancia de Filípides, pero contento de volver a las competiciones oficiales en un recorrido altamente exigente.
Con el calendario abriéndose se pueden empezar a hacer tímidos planes de vuelta a la competición. Habrá que confiar en que hayamos pasado ya lo peor de la pandemia.

